Federico Irazábal, sobre teatro y mercado

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Federico Irazábal presenta su libro en la Casa de las Américas

Del portal informativo de la Casa de las Américas

Una mirada al teatro vinculada a la noción de producto/mercancía es la propuesta del volumen Teatro Anaurático. Espacio y representación después del fin del arte (DocumentA/Escénicas, 2015), del crítico de teatro argentino Federico Irazábal, el cual fue presentado en la tarde del pasado jueves en la sala Contemporánea de la Casa de las Américas.

Antigonón, un contingente épico, del director cubano Carlos Díaz con texto de Rogelio Orizondo, y Company&Co, de la escena alemana contemporánea, y un taller de gestión en Cuba el pasado año, fueron los puntos de referencia para la escritura del volumen, según relató Irazábal. En ellos encontró – siendo estos sitios tan diferentes –  una discursividad común  en torno a la relación teatro y mercado. El autor puso el acento en cómo el producto artístico ha estado adquiriendo un carácter mercantil.

Si bien la tesis de su libro no ha estado exenta de miradas recelosas, ya que como él mismo declaró “en el mundo del arte y en el mundo de la cultura hablar de dinero siempre es complejo”, al adentrarse en el área productiva de la realización de una obra, “el dinero circula como posibilidad y como determinante”, afirmó el crítico.

Alejándose de lógicas romanticistas, Irazábal apunta hacia la dimensión material del teatro, lo cual obedece, entre otras razones, a las condiciones de existencia de esta manifestación. Precisamente es sobre esa arista que versa lo que el autor denomina teatro anaurático: “es el que está permanentemente poniendo en crisis al espectador y su ilusión, lo que tira abajo es precisamente el carácter del “como si”, ese carácter de jugar con que lo que ahí está ocurriendo está verdaderamente ocurriendo por fuera de cualquier regla vinculada con el mercado”, explicó. El crítico argentino señaló una serie de elementos como la existencia de sindicatos, reglamentos laborales, restricciones, licencias de maternidad, y otros que no han sido tenidos en cuenta por el sistema de arte conformado hasta el momento y que forman parte de la dinámica de su funcionamiento también.

“El problema es que esto nos llevó a todos los que trabajamos en cultura, por lo menos en Argentina, a ubicarnos en un lugar de autoexplotación y de desvalorización de nuestro propio trabajo”, indicó.

Según el crítico, la cultura se vinculó con la “prepotencia de trabajo”, término acuñado por el escritor argentino Roberto Arlt y luego retomado por el director de teatro Leónidas Barletta. En el entendido de que el trabajo, en el ámbito cultural, se encuentra en un contexto de mercado capitalista –en el caso de su país-, los bienes o productos son medidos a través del dinero. La obra alemana seleccionada por el autor ponía sobre la mesa esa lógica.

“Los actores y el público sentado y la obra no arrancaba. Uno empezaba a sentir la percepción del tiempo. El tiempo se empezaba a hacer denso porque uno tenía la sensación de que allí estaba ocurriendo algo y uno no sabía qué era. En determinado momento alguien de la compañía ingresaba hacia el frente del escenario, el cual era no elevado, y dentro de una cajita de cristal introducía una moneda de un euro. Y en el momento en que introducía la moneda de un euro, el espectáculo comenzaba”, narra Irazábal.

Las afirmaciones del autor están basadas en el pensamiento del filósofo alemán Walter Benjamin, específicamente en su libro La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, donde hace alusión a cómo la presencia de la tecnología modificaría tanto la producción del arte como su circulación. A pesar de que el autor germano enfatiza en la circulación del producto artístico, Irazábal se acoge a la idea sobre “copia y original”, la cual indica que, según comentó, “… copia hubo siempre, desde el mundo griego en adelante el ser humano se encargó de desarrollar mecanismos que permitiesen copiar la obra. Lo que cambió fue que históricamente el arte se producía con la mano, y ahora se produce con el ojo”.

Dejando marcadas ciertas diferencias con Benjamin en lo que respecta específicamente al teatro, Irazábal subraya en su libro cómo la noción de aura esbozada por el filósofo, desde la idea de originalidad y analizando críticamente el pensamiento sobre los modos de circulación del arte en las estéticas contemporáneas del occidente capitalista, le fue útil en tanto y en cuanto fuese negada.

La visión de Irazábal sobre el teatro como producto de mercado lo condujo a repensar ese arte en torno a problemas materiales que apuntan desde problemas arquitectónicos hasta estéticos y legales. El último de estos implicó un análisis a la Ley de Teatro en Argentina, la cual ha dejado fuera ciertas estéticas pues exige, entre otras cuestiones, que en la obra tiene que haber presencia de público y actor(es) para que sea entendida como teatro. De ese modo la normativa no incluye, por ejemplo, las estéticas de teatro que trabajan con las redes sociales, entre otros.

“Frente a eso había que poder pensar materialmente al teatro, había que poder incluir esa dimensión desde el arte como mercancía, desde el arte como bien de circulación, pero no para convertirse en el socio capitalista del capitalismo, sino simplemente para evidenciar al capitalismo, los caracteres capitalistas de la construcción de la mercancía en contextos no capitalistas”, aseveró.

Teatro Anaurático… fue presentado a razón del Laboratorio de verano Traspasos Escénicos, organizado por el Instituto Superior de Arte. Como parte de ese espacio, Federico Irazábal junto al crítico de cine argentino Hugo Martín, impartieron el taller La crítica, entre la práctica teatral y el género periodístico.