Entrevista a Wehbi en Tiempo Argentino

El regreso de Bernada Alba en los tiempos de Internet

La tiránica mujer lorquiana vuelve a escena y se transfoma en libro de la mano de E. García Wehbi.

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Por Ivana Romero. Publicada el 29 de septiembre de 2015.

En 2013, Emilio García Webhi y Maricel Álvarez fueron invitados por el Teatro Estatal de Berna para realizar un montaje a partir de diferentes materiales escénicos. Tras una serie de intercambios, la propuesta de los suizos fue hacer La casa de Bernarda Alba, la obra que Federico García Lorca escribió a mediados del treinta, mientras estallaba la Guerra Civil Española. Y es que la voz de aquella viuda, tiránica e incombustible, llegó vigente hasta acá, al igual que el vínculo enfermizo que mantiene con sus cinco hijas, en especial con Adela, la menor, aquella que la enfrenta aunque eso le cueste la vida. “Sin embargo, la estructura convencional de la pieza de Lorca no era compatible ni con nuestros intereses ni con nuestra estética”, explica este artista interdisciplinario, que desde fines de los ochenta para acá viene trabajando en el cruce de lenguajes escénicos. Pero sí le resultaba desafiante retomar las problemáticas esenciales de aquella obra. Ese fue el origen de Casa que arde (teatro para niños anarquistas y animales embalsamados), que gracias al trabajo de él y de la actriz se transformó en obra y que ahora también es un libro. Editado por DocumentA –y presentado en el marco del festival teatral FIBA la semana pasada- este texto dialoga con lo dramático pero a la vez lo tensiona, lo desafía, lo deconstruye y lo devuelve convertido en un artefacto en combustión. No casualmente uno de los acápites es una frase de Jean Cocteau que dice: “Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa. / Decidí salvar el fuego. / No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí”.
En esta apropiación literaria, la idea es pensar el presente de una sociedad dominada por hombres –específicamente, por lógicas héteropatriarcales- donde el cuerpo femenino es rehén. Y donde el hogar, lejos de ser un espacio protector, está erizado de prácticas a las que García Webhi no duda en llamar “microfascistas”, por su capacidad para permear el tejido social, ser toleradas y a la vez, atentar de modos muy concretos contra la libertad de las mujeres. Así, este andamiaje textual está sostenido por un diálogo con obras y autores diversos. “Es típico de mi procedimiento de escritura (y de escena) contrabandear y hacer apropiación de autores, artistas, referentes”, admite García Webhi. Una lista incompleta de estos “materiales contrabandeados” incluye a Georges Didi-Huberman, Walter Benjamin y Claude Levi-Strauss. Pero también, a Marguerite Duras, Franz Kafka y Antonio Lobo Antunes. E incluso, a un vademécum de medicamentos psiquiátricos o al reality Little Miss Perfect donde las niñas norteamericanas son convertidas en princesitas cuyas pesadas coronas cargan con mandatos aterradores de belleza y éxito.
“Detalles, fragmentos, zonas del teatro lorquiano se enraízan en el teatro de Webhi de manera más que singular, y se vuelven explícitas en esta apropiación violenta del personaje de Bernarda Alba y de su imaginario”, apunta Federico Irazábal en un epílogo que acompaña al texto central. En ese marco, la historia se focaliza en el vínculo entre Adela y su madre. “Mi Bernarda (y la de Lorca también) es la construcción de la mujer por medio de la cultura, que siempre es masculina y falocrática. La mujer representada por mi Bernarda es una construcción del hombre para su uso y beneficio (económico, social, sexual, reproductivo). En cambio mi Adela es la potencia verdaderamente revolucionaria de la mujer joven que busca romper con la cultura”, observa el autor.
Así, Casa que arde, con ilustraciones de Elisa Canello, se transforma en un aparato estético y también ideológico donde García Webhi asume el riesgo de poner en crisis su propia voz masculina. “Esta voz busca desterritorializarse de su ser cultural varón para buscar una zona de enunciación que intenta hablar desde lo femenino pero que no necesita serlo. Es decir, intenta ser una forma de escritura política y poética, pero también una metafórica máquina de guerra”, dice. Ahora bien, aclara: “La diferencia entre escribir un panfleto o un ensayo y trabajar con elementos de la estética es enorme. Si no hay metáfora; o sea, distancia y categoría de otredad, no hay dimensión poética, esencial para la producción artística”.
La academia y la crítica, observa Irazábal, han sostenido que parte de la singularidad del texto dramático consiste justamente en la ausencia de un narrador. Sin embargo, Alba se ha transformado en literatura. Y esto ha sido así por la presencia de alguien que se atrevió a relatarla y que en ese tránsito, la transformó en representación. Este fue el procedimiento de García Lorca en su momento y de García Webhi ahora. Así, Casa que arde se puede leer como una obra de teatro pero también como una novela, como una indagación poética del lenguaje e incluso como un manifiesto. “Creo que no hay textos que tengan una teatralidad a priori y que cualquier texto, desde de los llamados ‘textos teatrales’ hasta la guía telefónica, tienen la misma potestad de ser llevados con pericia a la escena. Pero ese es el rol del director, nunca del escritor. El escritor trabaja con palabras, y las palabras no son escénicas, sino la forma en que se las pone en escena. Por tanto, cuando publico un texto que, como en este caso, fue montado en la escena, trato de eliminarle cualquier vestigio de indicación teatral (si la hubiera) para que la publicación tenga una vocación primordial: la de la lectura”.
La Bernarda de Webhi se pierde en un monólogo interno donde amenaza: “Les voy a hacer vomitar la ensalada de Fra Angelico, Balthus, los secretos de familia, el adulterio, Tintín, el ratón Mickey, los padres indignos, los globitos de Jeff Koons, las relaciones incestuosas, la propaganda de agitación, Zurbarán, la vaquita de Milka, los tests de aptitud psicofísicas, los programas de cocina, el Gauchito Gil…” Adela contraataca con su historia de niña cuidada con celo en un hogar cristiano que finalmente baila desesperadamente en discotecas, tiene sexo con cualquiera, se droga hasta la muerte y se transforma en un alma incómoda a quien ni Dios ni el Diablo quieren darle cobijo. Lo que se dicen estas mujeres mantiene de a ratos el carácter rotundo e inactual de los manifiestos. Pero a la vez, si lo personal es político, semejante declamación es el modo en que cada mujer se cuenta a sí misma. Y también, el estado de una cultura que sospecha de aquellas resueltas salvar el fuego de una, que es el fuego de todas.