Ana Longoni sobre “Cuerpos sin duelo”

48. Escenarios luctuosos

PRESENTACION LIBRO ILEANA DIEGUEZ, CUERPOS SIN DUELO
(CCC, Buenos Aires, 21 de mayo de 2015)
Bienal de performance 2015

Por Ana Longoni

Anoche volvía desde Guayaquil a casa, releyendo el libro de Ileana y tomando notas para esta presentación. A mi lado, en el último tramo del viaje, iba una muchachita colombiana, apabullada por su primer vuelo, Conversamos. Me contó que vivió siempre en una finca del valle del Cauca, y ahora migra hacia Neuquén con apenas una promesa de trabajo. Le conté del libro, y le mencioné el trabajo del artista Gabriel Posada, junto a pobladores de la zona del río Magdalena, cuya corriente arrastró tantos cuerpos sin nombre. Inmediatamente le cambiaron los ojos. Recordó algo con la precisión del testigo, aunque es improbable que siendo niña de muy pocos años haya estado allí –y sobrevivido para contarlo-. Habló vívidamente de veinte años atrás, en una finca próxima a la suya, a la que llevaron a todos los pobladores de una localidad cercana. “llegaban y los ponían en filas y los iban despedazando y haciendo montañas de carne. Montañas de carne, eso quedó”. “¿Quienés hicieron eso?”, me animé a preguntar. Los ojos de la muchacha volvieron a cambiar. No lo sabía o prefirió no enunciarlo. “¿Y te vas a Neuquén por eso?”, pregunté sin saber qué decir. “Me voy porque me dan trabajo”.

Justamente Cuerpos sin duelo se abre a partir de una perturbación semejante a la que yo siento: la que atravesó a Ileanaen un regreso a México desde Colombia, “el cansancio y el dolor encriptados en mi cuerpo”, escribe.

“No he dejado de preguntarme”, escribe Ileana más adelante. De alguna manera, esa frase condensa una posición ética (ante la vida y la muerte, ante la escritura y la investigación) de la que quisiera partir: la incomodidad, la incertidumbre, la inestabilidad en las que se coloca la autora.

La que escribe este libro es una primera persona singular, frágil, interrogante. Una (primera) persona expuesta, involucrada, comprometida. Sin respuestas.

La experiencia de investigación que nutre esta escritura parte de allí , de vivir y practicar “contaminada por el pathos del tiempo y el espacio en el que vivo”. Estar situada allí, marchando en medio del communitas del dolor convocado por el poeta Javier Sicilia, un solidario duelo público por su hijo asesinado, y por él, tantos otros. “Hacer del dolor individual una experiencia colectiva”, escribe Ileana. El dolor ajeno que se comparte con el dolor propio, un encuentro y un reconocimiento en experiencias de dolor, de duelo, de miedo, pero también de indignación, de furia, de decir basta.

2.

Las claves de abordaje que ensaya Ileana componen un mapa complejo, una filigrana que se nutre de referencias teóricas diversas, desde la estética, la filosofía, la antropología, la teoría crítica, la teoría política… Una cartografía en que los conceptos se engarzan para proveer algunas claves de lectura ante lo que aparece como inenarrable: la masacre contemporánea en México, Colombia, antes Perú, y también Argentina.

Ileana puede recurrir a Walter Benjamin, Didi-Huberman y Warburg, Artaud y Kantor, Derrida y Deleuze, Foucault y Víctor Turner, Veena Das, Nelly Richard, Judith Butler y a muchísimos otros autores. Nunca jamás se trata de citas de autoridad o referencias obligadas por el banal modo académico. Lejos de eso, dichos pensadores conviven y contrastan con saberes populares (un criador de avestruces le cuenta a la autora cómo se sacrifican las aves), con tradiciones prehispánicas y con experiencias situadas en tiempo presente. Construye una máquina pensante en la que se articulan prolíficas e inesperadas las ideas teóricas y las prácticas artísticas, los sucesos registrados en los medios, los aconteceres históricos, los afectos.

Un ejemplo claro de ello es cómo se ubica, con tanta firmeza como delicadeza, en el eterno debate respecto de la irrepresentabilidad o indecibilidad del horror, sostenido a partir del dictum en que devino la frase de Theodor Adorno: “después de Auschwitz no se puede escribir poesía”.

Tomando clara partida en el debate, Ileana es categórica ante la necesidad de desmontar los efectos de ese imperativo paralizante y reconocer no solo la posibilidad sino también la necesidad y la urgencia de mostrar la barbarie. Si no decimos, si renunciamos al lugar del testigo sobreviviente, qué (nos) queda más que la consumación total del exterminio, el completo y eficaz borramiento de esas vidas y esas muertes?

 3.

Ileana discute también con la falta de reacción colectiva, la parálisis que percibe en el medio intelectual mexicano. Encuentra más riesgo en periodistas y fotorreporteros, que ponen en evidencia y denuncian lo que está sucediendo desde hace años, imparable y cada vez más luctuoso, y que por ese riesgo han sido particular objeto de persecución y castigo. Quizá 2014 sea un parteaguas en esa expectación desconcertada, pasmada: la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa ha generado un estado de movilización social inédito (seguramente Ileana nos hablará de eso hoy).

No se puede decir que este sea un libro sobre arte, aunque allí aparecen como piezas sueltas de un collar inacabable, un conjunto de obras y acciones de los artistas mexicanos, colombianos, peruanos,   en los que se posa la mirada sensible y aguda de Ileana.

Diría más bien que es un libro que no escabulle a la pregunta sobre la masacre incesante, la muerte violenta por doquier, el feminicidio, “la abyección como un nuevo orden”, a la triple función preventiva, punitiva y simbólica de esas muertes, al aparato teatral del sufrimiento (como señala Foucault) que se monta en su mostración. Es ante todo un libro que enrostra la naturalización o normalización de ese estado de las cosas. Los “cuerpos lacerados rotos, desmebrados, maltratados” que “pasan desapercibidos en Colombia” (como señala la antropóloga colombiana María Victoria Uribe) y penosamente también en otras partes.

Es un libro que no escabulle a pensar la dimensión simbólica de esos cuerpos, los códigos inscriptos brutalmente en esas personas desollados, sacrificados, dislocados. Cuerpos expuestos, aleccionadores y dispersando terror. “Cuerpos que hablan desde su descuartizamiento”, desde su mutilación, desfiguración y profanación, borrando su identidad (su nombre, su sexo, su vida). Son cuerpos que hablan, y su mensaje corporal es expandir el terror (algo semejante señala Pilar Calveiro respecto de la dictadura argentina y su capacidad de dispersar el terror concentracionario más allá de las fronteras de los centros de detención y exterminio hacia el conjunto de la sociedad). Se detiene así en la Z gigantesca inscripta como marca sobre la montaña, defendiendo un territorio en manos de un cartel, o en los perros colgados de Sendero Luminoso, primera acción del grupo guerrillero peruano en 1980.

Es desde allí, entrecruzándose con tradiciones de la pintura occidental: géneros como la naturaleza muerta o el desnudo la iconografía cristiana (la última cena o los cuerpos martirizados del arte religioso barroco), y tradiciones no occidentales como las cabezas trofeo de las culturas preincaicas y la supervivencia de ritos sacrificiales prehispánicos y otros restos presentes en distintas culturas, los que pueden ayudarnos a develar otra cosa sobre el necropoder contemporáneo. Una constelación de referencias múltiples y heterogéneas, que no nos dejan tranquilos sino disparan aún más inquietud y perturbación.

“Más acompañantes que espectadores”, define Ileana a los que durante cuatro horas bajo el sol estuvieron frente a la fosa donde se hizo enterrar el performer colombiano Álvaro Villalobos en Mexico en 2008. La imagino a ella, acompañándolo tan próxima como cuidadosa, tratando de protegerlo del sol y alejando los terrores de tierra de ese rostro que apenas emergía de la fosa. Acompañante amorosa más que espectadora distante, todo lo contrario de lo que mandata la academia. Entender la escritura (esta escritura) como conjuro ante el dolor y ofrenda para los demás.