Contar el infierno

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En Cuerpos sin duelo, la mejicana Ileana Diéguez reflexiona sobre los vínculos entre la violencia, la muerte, la supervivencia y el arte a través de preguntas sobre el horror, el dolor y el rol de los artistas en el relato de la historia. El libro fue editado en Córdoba.
Por Celina Alberto

La violencia sobre los cuerpos, el dolor que pasa a la piel de los sobrevivientes, los duelos en ausencia y el arte que intenta dar cuenta de esas vivencias son escalas de Cuerpos sin duelo, una investigación que la mejicana Ileana Diéguez realizó durante cinco años y que ella define como un viaje al infierno.

Se trata del trazado de un mapa testimonial y crítico, un registro sensible, lúcido y documentado por Latinoamérica en cuanto territorio de matanzas, desapariciones, torturas y violencias de hombres sobre hombres. También, y sobre todo, de aquello que deja en el mundo esa violencia: familiares en pena, cuerpos sin sepulturas, sociedades incapaces de mirar en sus propios agujeros de horror, Estados ausentes, medios de comunicación que no dan cuenta suficiente de lo que pasa. Artistas que irrumpen y se zambullen en ese dolor para contarlo. Para muchos, un tema intocable. Para Diéguez, un abismo tan complejo de mirar como difícil de obviar.

“No es que tengamos que vivir el horror para darnos cuenta. Con los acontecimientos de la humanidad hay suficientes elementos para saberlo. Cuando vives esos momentos en los que la supuesta seguridad o la confianza en el otro se destruyen, es el infierno. Escribir sobre esas cosas es asumir que entras en el infierno, que te expones a todos los miedos y las inseguridades que te da el infierno y a todo lo que te transforma, porque es imposible no salir transformado. Lo que no sé es si es para bien o para mal, pero deja una marca tremenda”, dice la autora.

El libro fue editado por el sello cordobés Ediciones DocumentA/Escénicas, una sociedad que no fue casual en el tiempo y el espacio. Por tabúes, miedos y resistencias que permanecen infranqueables en su tierra, el trabajo no encontró espacio en las mentes y almas de los que están más cerca de esas calamidades y la autora entendió enseguida que el derrotero del trabajo en las editoriales de México era confirmación de que no sería allí donde este ensayo vería la luz. Córdoba, por intermedio de Gabriela Halac, editora y gestora cultural, apareció entonces como puente y amplificador, mientras una sincronía con el escenario de la violencia social se preparaba en el fondo.

Figura y fondo

Sicarios, búnkeres, hechos sangrientos, asesinatos, tiroteos, ajustes de cuentas, narcos y “soldaditos” se convirtieron en palabras claves para buscar noticias sobre un fenómeno que también avanza en la Argentina. A fines del año pasado, cuando desde Rosario se daba cuenta cada vez más frecuente de atentados y muertes con sello mafioso, el trabajo de Diéguez aparecía como una primera lectura posible, una luz ocupada en lo que queda afuera de las agendas informativas: el duelo en el centro de la escena, más allá de los bandos, de las víctimas o victimarios, de las culpas o justicias debidas. El dolor que atraviesa los cuerpos, los rompe y después continúa en el padecer de los que quedan. Y el arte, quizá, como el único alivio simbólico posible.

“La figura principal es la del dolor y se construye desde muchos lugares: desde la víctima que es un cuerpo por el que ya pasó el dolor y se transfiere a los familiares, a las otras víctimas. Me interesaba ver estos procesos en México, donde los mensajes de punición de los grupos narcos tienen que ver con una relación muy movida entre víctima y victimario”, cuenta la autora, que comienza su libro con aquella imagen tristemente famosa de fines de 2008: las cabezas en la Plaza del Periodista, los cuerpos colgando de puentes peatonales en Ciudad Juárez, en medio de la Muestra Nacional de Teatro. La gente iba a las salas a “conjurar el miedo y a compartir el desamparo y el dolor por el secuestro de sus seres queridos”, relata en la introducción, una aproximación al clima que se instalaba en las calles.

Cinco años y más de 100 mil muertos después, con 20 mil personas desaparecidas y comunidades desplazadas por el terror, Diéguez se hace preguntas, y ensaya algunas respuestas. “He quedado en un estado de tristeza y de cansancio extremo”, enuncia sobre el ánimo que le dejó la escritura. Pasar las páginas de Cuerpos sin dueloimpone acceder a emociones incómodas: espanto, impotencia, vergüenza, bronca, culpa, tristeza.

“Quería dar testimonio de todo lo que estaba pasando y de cómo desde la práctica de algunos artistas, sobre todo, esto empezaba a tomar un espacio y un sentido para lo que ellos hacían. Los investigadores tenemos algo de cronista, y cuando tratamos de leer el arte y las prácticas artísticas también debemos dar cuenta de ese sentido. Nuestro trabajo es una narrativa”, dice. Y agrega que gran parte de los acontecimientos de los últimos años en su país tendrán su lugar en la historia gracias al arte antes que por los medios y las noticias. “Sobre muchas de las cosas que no querían ser vistas, algunos artistas dieron cuenta alegóricamente o como pudieron. Y mirando estas obras en el tiempo, desde el futuro, podremos preguntarnos qué nos pasó”.

Una de esos artistas es Erika Diettes (Colombia, 1978), quien registra en Sudarios, una de sus obras más impactantes, los rostros de 20 mujeres de Antioquía obligadas a presenciar las torturas y asesinatos de seres queridos. Diettes las retrató mientras daban testimonio de esos recuerdos y sus rostros se imprimieron en sudarios monumentales que se mostraron suspendidos dentro del Templo del Señor de las Misericordias de Medellín (Colombia).

Según Diéguez, la obra condensa un relato doble, “un doble cuerpo espectral”: el corpus de la agonía y ese “otro corpus fúnebre que sólo se vislumbra a través de los rostros que retienen –velan– la mirada de lo visto, de lo vivido, de lo perdido”.

Mirar, como sea

Una de las imágenes que eligió Diéguez para representar esa extraña relación con el espanto aparece en el mito de la Medusa, la criatura con cabellos de serpiente, capaz de petrificar a quien la mire a los ojos. Es el horror que mata. Perseo logró decapitarla porque la miró en el reflejo de su escudo espejado, esquivó el hechizo con ingenio y dejó para los buscadores de certezas la metáfora de la mirada oblicua, para cuando ir de frente cuesta la vida.

En la primera parte del libro, “Escenarios del cuerpo roto”, la investigadora mueve el pensamiento en esa dirección. “Muchas veces lo que hacemos es la política del avestruz, hacer como que no nos damos cuenta, cerrar los ojos. La cuestión social es no enterarme porque la realidad es obscena. Yo decidí no sólo mirarla sino volverla objeto de estudio. Poder mirar al terror de frente es la noción que trabajo con la imagen de la Medusa, la cuestión de que finalmente, oblicua o como sea, es una manera de mirar y no de dar la espalda”, cuenta.

Lo que no se debería representar o problematizar se ubica en el eje de la cuestión. “Todas las declaraciones son cronotópicas, es decir: estoy instalada en un tiempo y un lugar desde el cual hablo, y eso no puede pasar intacto a la posteridad, tiene que tener una transformación”, declara. Y subraya que le interesa salir del discurso de que el único horror es el del Holocausto y preguntarse por los horrores y exterminios que se viven en América latina “y que parece que nos tenemos que seguir callando porque el único horror es innombrable, y solo se puede callar. Yo no estoy de acuerdo con esta irrepresentabilidad de la violencia y justamente eso es lo que discuto”, argumenta Diéguez.

Cuerpos interpelados

Lo femenino en las comunidades dolientes prevalece en el mapa de los pueblos sacudidos por la violencia. Madres, esposas, hijas, sobre todo madres. También padres, como el de María Cash, como el de Cassandre Bouvier, como Javier Sicilia que sigue en busca de la paz en México, luego del asesinato de su hijo junto a otros seis jóvenes a manos de grupos mafiosos de Morelos. “Estamos hasta la madre”, es el lema de Sicilia, y su imagen de poeta y artista viró hacia el activismo por el cese de la violencia.

“Si tiene que ver con el género, para mí tiene que ver con el cuerpo”, dice Diéguez sobre esta presencia mayoritaria de las mujeres en los movimientos públicos y políticos que buscan justicia y reclaman la devolución de sus hijos, o de sus nietos, como las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. “Si algo caracteriza al cuerpo de una mujer es la capacidad de multiplicarse. Esa idea de dar a luz y de que el duelo es perder a alguien que se va llevándose una parte de sí, habla de la relación entre madre e hijo. También se aplica al padre, pero la madre es la cavidad donde se aloja el nonato hasta que sale a la luz, donde está guardado por nueve meses. Es un cuerpo que guarda a otro cuerpo y lo ve perderse, ahí hay algo animal, biológico, capaz de poner en riesgo cualquier organización artificial de la sociedad”, reflexiona la autora.

¿El arte puede salvarnos de algunos infiernos? La pregunta le abre a Diéguez un asunto muy pensado. “Se dijo mucho de este carácter salvador del arte, capaz de reeducar a la humanidad. No estoy de acuerdo con esta idea del arte como un espacio seguro de restitución, pero por otro lado, a través de esta investigación tuve que darme cuenta de que estos procesos de construcción simbólica, visual o poética implican la posibilidad de procesar situaciones muy traumáticas que en el espacio de la vida cotidiana y real son muy difíciles de sobrellevar. Cuando entras en el espacio del arte, se puede entrar y salir, el arte no es la realidad, y cuando sales estás un poco cambiado, aunque sea en ese ratito efímero. Son espacios de umbral. No creo que el arte salve al mundo, la salvación del mundo no depende del arte. Sería una infamia pensar eso”.

Cuerpos sin duelo

Ileana Diéguez

Ediciones DocumentA/Escénicas

284 páginas

http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/contar-el-infierno