Ediciones Documenta: La edición como práctica artística

Por Ignacio Rojas.

Ediciones Documenta es un colectivo y espacio creado el 2003 en Córdoba, como réplica a la crisis política, económica y social que se vivió en Argentina el 2001. Este proyecto se levanta en respuesta a la necesidad de construir espacios de supervivencia y refugio para las comunidades artísticas de su territorio. 

El colectivo se constituye como un laboratorio que aborda la producción editorial como práctica artística contemporánea donde los libros, además de soportes para la lectura, funcionan como dispositivos cuyos mecanismos exceden la tradición literaria. 

Con 20 años de historia, Documenta se convirtió en un espacio que aloja prácticas artísticas de cruce: experiencias de laboratorio, talleres, residencias artísticas, proyectos de publicación y la producción de piezas de performance y teatro volcadas a nutrir una narrativa compartida, conectada con las heridas históricas del pasado y presente. 

“La permanente tensión que produce la invasión del neoliberalismo del espacio y tiempo, nos hizo concentrarnos en los procesos creativos y cómo abastecernos de espacio y tiempo, pero también cómo quebrar con la reproducción del discurso que reclama un arte e idea de artista individual”, explica Gabriela Halac, directora editorial del colectivo y con quien conversamos en esta entrevista.

En su sitio web se definen como un laboratorio, y colgándome un poco de esa idea, ¿qué elementos dirías tú que se ponen en diálogo en ese laboratorio?

La editorial se mantiene como laboratorio de proyectos artísticos. Esto significa que no es un espacio de solución de libros sino de investigación y ensayos editoriales. Cada artista que acerca un proyecto con el cual colaborar o cada proyecto propio que desarrollamos lo abordamos como una investigación artística. La edición como práctica artística es un modo de nombrar nuestro hacer que refiere justamente a dinámicas y preguntas propias del arte contemporáneo, que si bien dialogan con el mercado, nuestros procesos no están regidos por los parámetros tradicionales de la tarea de edición.

Libros como Artaud: lengua madre (2015) advierten al lector que la única forma de acceder a él es diseccionando sus partes; cortando, literalmente, sus páginas, casi como una clase de anatomía, donde el todo solo puede examinarse desde el corte de sus partes. En esta fisonomía cerrada, parece haber cierto cuestionamiento al uso, es decir, a la lectura como acercamiento natural, como algo que se da por sentado. 

Pareciera que para ustedes el libro es un soporte siempre susceptible de ser excedido, ¿es así? ¿Qué es lo que está en juego a la hora de expandir y/o subvertir el formato tradicional del libro?

Tu lectura es muy acertada. Ese tipo de operaciones, de gestos editoriales son una propuesta de vincularse con la lectura de otros modos y con la factura gráfica que pone en relieve los sentidos materiales que se anudan con el texto para provocar una experiencia física en el contacto que no se resuelve de manera inmediata y que construye pensamientos y derivas. Despertar el sentido de la materia es también despertar al lector, que cree que tiene en sus manos un objeto que ya conoce. Los conceptos puestos a operar en la lengua de un libro apuntan a un vínculo singular entre el objeto, su proceso  y el lector. La intención es que el libro ponga en contacto a los cuerpos, despliegue un conocimiento táctil, sea una experiencia física. La provocación es que el libro deje de ser un “estuche de palabras” porque, como lo apuntaba Ulises Carrión, no lo es. Lo que se pone en juego con este tipo de expansiones es justamente el vínculo, los niveles de afectación, el valor del libro como un organismo vivo.

En varias de sus publicaciones, como Teatro y convulsión o Imprenteros, aparecen insertos pequeños papeles sueltos en el interior de los libros, que de alguna manera rompen con su trama unidimensional. Aquí teníamos a un poeta llamado Juan Luis Martínez que acostumbraba a hacer este tipo de procedimientos. Para ustedes, ¿qué importancia tiene la entrada de estos elementos? ¿Y cómo piensas que estos afectan, complejizan o modifican la experiencia de un lector?

El libro pensado como se concibe tradicionalmente propone desde su arquitectura una linealidad en sentido de avance siempre hacia el final. También hay jerarquías en las resoluciones. Me interesa mucho generar derivas y preguntas. Pensar en la potencia de aquello que se mueve, en lo que aparece o desaparece. En lo que cambia de posición. Esto me permite pensar en la lectura como en una excavación. Aparecen cosas, yo les llamo objetos gráficos, sin demasiados datos sobre qué son, para qué sirven o cómo funcionan. Eso significa un quiebre, una suspensión del saber por qué tenemos que dar cuenta de qué tipo de aparición se trata. Obliga a que el lector tome una posición respecto a la definición y esto comienza a operar otra relación. Eso que aparece está vinculado, pero también fragmentado de la totalidad y genera fundamentalmente preguntas y una experiencia singular en cada lectura. Las preguntas que surgen pueden ser: ¿Existe relación entre la pieza suelta y el texto en donde está inserta?, ¿la guardo en la misma página?, ¿lo pego en el corcho que está frente a mi escritorio? Y si se me cae y no sé a dónde corresponde, ¿he perdido algo del sentido del libro? La inestabilidad en un dispositivo editorial genera potencia, movimiento y afectación en la performance de lectura que deja de ser un ejercicio conocido para comenzar a ser un lugar en el que tendremos que actuar. 

¿En qué momento se produce el encuentro entre la edición y la obra? ¿Uno empieza antes que el otro o son procesos que corren aparejados?

Mi forma de editar no es un sistema cerrado, se crea cada vez. Igualmente cuando vos decís “obra” yo pienso en el libro. Para mi la obra es el libro, no es un documento de otra obra o el fantasma o la representación. Puede que exista un comienzo en otro lenguaje escénico, visual, experiencial, pero cuando abordamos un proyecto editorial lo que hacemos es componer una pieza nueva. Hay veces que el libro empieza como una idea, otras con una obra pre-existente, otras con un tema de investigación. Hay casos en que el libro es el fuelle entre una obra de teatro y una película. Otras en que es sencillamente el comienzo, también puede resultar comenzar con la invitación a una reflexión derivada de diálogos anteriores. 

Por último, como editora, ¿qué es lo que más disfrutas de la edición?

Disfruto lo que implica la comunidad, la trama, ir descubriendo mundos, ver cómo el libro aparece, se despliega como propósito colectivo. Me inquietan los vínculos entre los libros y también cómo voy logrando entender lo que sucedió en un libro cuando hacemos otro. Y los procesos, los encuentros, la producción gráfica, el trabajo con el equipo de diseño e imprenta que es una gran escuela para quienes estamos ahí viendo como algo empieza a cobrar sentido en la materia y cómo todos nos fundimos para que el libro suceda. Hacer libros es sin dudas pensar con, es salir de la idea afirmativa del saber individual, es algo muy intelectual a veces y también muy artesanal, manual. Me gusta conocer los procesos, los secretos de la producción gráfica porque me ayuda a imaginar, poner en marcha una sensibilidad colectiva de un oficio que tiene mucho tiempo y ver cómo los resultados son siempre nuevos al mismo tiempo que algo del orden de lo común, de lo compartido, regresa.

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